Hoy no voy a ir al basket. Lleva todo el día con el txirimiri y la precaria pista en la que jugamos estará encharcada. Durante todo el día se escuchaban sirenas de un lado para otro, ha hecho frío y para colmo se me ha roto un aircular del Mp-3 y eso complica la digestión de los días.
El otro día estábamos en casa comiendo, serían como las tres y pico y de repente sonó el timbre. Con un poco de sobresalto fui al telefonillo y contesté. Recibí una explicación un tanto peregrina sobre un tema del seguro del edificio y unas goteras. Sin abrir la puerta exterior salí a atender la requisición y a enterarme bien, me limpié las manos con la servilleta y salí a la calle. Un tipo con cara aguda y unos cuarenta años, libreta en mano me soltó un confuso rollo acerca del bajo, la dueña, el seguro del edificio, el administrador y unas goteras. Tras escucharle atentamente me pidió entrar a casa para ver las goteras. Por supuesto que le negué dicha iniciativa. Al pedirle que se identificara hizo un conato de marcharse. Cosa que no acabé de entender puesto que le estaba pidiendo que me clarificara la situación. Se puso una gorra en su brillante calva y se largó. Ahora, y atando cabos, no me cabe ninguna duda de que se trataba de un estafador / ladrón.
De regreso a la jornada de hoy, llegué por la tarde mientras barruntaba la necesidad de volver a escribir en este blog. En la puerta del curro estaban los bomberos con la puerta abierta. No vi humo salir de la oficina así que entre bromas le comenté al jefe esa situación. Éste se temió lo peor pues la cosa venía de lejos.
De repente los bomberos entraban y salían de la oficina sin explicar muy bien que es lo que pasaba. Un tipo bastante pesado con su barriga enorme se sentó en el escritorio a tomar no sé que datos. Os aseguro que ninguno querríamos que este individuo estuviera de guardia si nos tuvieran que rescatar. La burocracia funcionaba a contrarreloj preparando su circo. Al cabo de un rato, de entradas y salidas; aparecía por la oficina un tipo de fina estampa franquista, con una identificación a la que parecían haberle borrado el águila hace bien poco, y tapando el bolsillo de su rancia americana luciendo unas gafas con cadenita dorada incluida. Bomberos, policía local, y un montón de trabajo sobre las mesas, llamadas que no paraban de saltar en los teléfonos. El lío era monumental. El desencadenante, una señora de varios pisos más arriba que decía que el edificio estaba en peligro de derrumbe. Seguía llegando gente a la oficina, del Ayuntamiento, de una empresa de obras subcontratada por el Consistorio, más gente del Ayuntamiento que solo hablaba por el móvil con su familia. El camarote de los Hermanos Marx en plena performance. El administrador de la finca y la vecina que quería entrar a meter bulla y mi jefe que mantenía la calma aunque desesperado por dentro. Todo se sucedía. Y el trabajo que se acumulaba. Nada parecía poder remediar que los bomberos y el señor de las gafas con la cadenita dorada abrieran un boquete en el techo.
De nada sirvieron las informaciones de mi jefe; quien no paraba de explicar que la estructura había sido recientemente restaurada, que la oficina estaba recién pintada, que estábamos hasta arriba, y sobre todo, que las fotos que la señora de arriba presentaba eran falsas y anteriores a la reforma. Reforma ésta que para colmo estaba sellada por el propio Ayuntamiento. Ávidos por picar la escayola comenzaron a abrir un boquete en el techo de la oficina a picotazo limpio, el ruido era ensordecedor y la escena rozaba lo dantesco. Y pues sí, las vigas, los ladrillos y la estructura estaban perfectamente. Luego, vaya ni una disculpa ni nada. Unos, que eran de la oficina del Ayuntamiento me pidieron un recogedor y una escoba y dieron cuenta de los escombros, aunque quedó el polvillo ese mítico de cuando picas escayola claro. Después, sacamos el curro adelante como pudimos y conseguimos no salir tarde. Ante tanto circo, tanto esperpento y tanta inutilidad, más allá de evocarme a Berlanga, me trajo una reflexión, y espero haberla compartido con vosotros.
Viva la vida por la patilla.
El otro día estábamos en casa comiendo, serían como las tres y pico y de repente sonó el timbre. Con un poco de sobresalto fui al telefonillo y contesté. Recibí una explicación un tanto peregrina sobre un tema del seguro del edificio y unas goteras. Sin abrir la puerta exterior salí a atender la requisición y a enterarme bien, me limpié las manos con la servilleta y salí a la calle. Un tipo con cara aguda y unos cuarenta años, libreta en mano me soltó un confuso rollo acerca del bajo, la dueña, el seguro del edificio, el administrador y unas goteras. Tras escucharle atentamente me pidió entrar a casa para ver las goteras. Por supuesto que le negué dicha iniciativa. Al pedirle que se identificara hizo un conato de marcharse. Cosa que no acabé de entender puesto que le estaba pidiendo que me clarificara la situación. Se puso una gorra en su brillante calva y se largó. Ahora, y atando cabos, no me cabe ninguna duda de que se trataba de un estafador / ladrón.
De regreso a la jornada de hoy, llegué por la tarde mientras barruntaba la necesidad de volver a escribir en este blog. En la puerta del curro estaban los bomberos con la puerta abierta. No vi humo salir de la oficina así que entre bromas le comenté al jefe esa situación. Éste se temió lo peor pues la cosa venía de lejos.
De repente los bomberos entraban y salían de la oficina sin explicar muy bien que es lo que pasaba. Un tipo bastante pesado con su barriga enorme se sentó en el escritorio a tomar no sé que datos. Os aseguro que ninguno querríamos que este individuo estuviera de guardia si nos tuvieran que rescatar. La burocracia funcionaba a contrarreloj preparando su circo. Al cabo de un rato, de entradas y salidas; aparecía por la oficina un tipo de fina estampa franquista, con una identificación a la que parecían haberle borrado el águila hace bien poco, y tapando el bolsillo de su rancia americana luciendo unas gafas con cadenita dorada incluida. Bomberos, policía local, y un montón de trabajo sobre las mesas, llamadas que no paraban de saltar en los teléfonos. El lío era monumental. El desencadenante, una señora de varios pisos más arriba que decía que el edificio estaba en peligro de derrumbe. Seguía llegando gente a la oficina, del Ayuntamiento, de una empresa de obras subcontratada por el Consistorio, más gente del Ayuntamiento que solo hablaba por el móvil con su familia. El camarote de los Hermanos Marx en plena performance. El administrador de la finca y la vecina que quería entrar a meter bulla y mi jefe que mantenía la calma aunque desesperado por dentro. Todo se sucedía. Y el trabajo que se acumulaba. Nada parecía poder remediar que los bomberos y el señor de las gafas con la cadenita dorada abrieran un boquete en el techo.
De nada sirvieron las informaciones de mi jefe; quien no paraba de explicar que la estructura había sido recientemente restaurada, que la oficina estaba recién pintada, que estábamos hasta arriba, y sobre todo, que las fotos que la señora de arriba presentaba eran falsas y anteriores a la reforma. Reforma ésta que para colmo estaba sellada por el propio Ayuntamiento. Ávidos por picar la escayola comenzaron a abrir un boquete en el techo de la oficina a picotazo limpio, el ruido era ensordecedor y la escena rozaba lo dantesco. Y pues sí, las vigas, los ladrillos y la estructura estaban perfectamente. Luego, vaya ni una disculpa ni nada. Unos, que eran de la oficina del Ayuntamiento me pidieron un recogedor y una escoba y dieron cuenta de los escombros, aunque quedó el polvillo ese mítico de cuando picas escayola claro. Después, sacamos el curro adelante como pudimos y conseguimos no salir tarde. Ante tanto circo, tanto esperpento y tanta inutilidad, más allá de evocarme a Berlanga, me trajo una reflexión, y espero haberla compartido con vosotros.
Viva la vida por la patilla.
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