Hace ya algunos días quedé con Paco y con Alberto para tomar unas cervezas. Sentados en una castiza terraza de la plaza de Tirso de Molina reconocimos a un marxista marroquí que interviene el documental de “En construcción”. Le invitamos a compartir la velada con nosotros. Entre el humo del tabaco, el regusto del lúpulo y las pinceladas de nuestras derivas sobre lo humano y lo divino, tuvimos una interesante charla a todo gas sobre poesía palestina, política internacional y demás excentricidades. Al despedirme de mis compañeros de aquella ebria y fugaz Ítaca tertuliana recuerdo que les berree: “el domingo hay buena mani, el domingo hay buena mani”. No sé por qué lo dije.
El domingo quince de mayo nos reunimos David, un coleguita del pueblo que estudia periodismo en la Complu, una auténtica perla de la juventud rebelde de sur alicantino; Mikel, un vasco; Juan, sociólogo corrosivo de la Rioja rojiverde; y un servidor. Al llegar a Cibeles, punto de partida clásico en el manifestódromo madrileño, nos dimos cuenta de que había bastante peña, más de la que en un principio todos los presentes intuíamos habida cuenta los resultados de las últimas citas izquierdistas que habíamos vivido, y aquella sensación de algo estaba funcionando, prendió.
Es cierto que con batucadas nunca se ha cambiado nada. También estoy de acuerdo con que devolverle al sistema cierta dosis de la violencia con la que nos fustiga diariamente es un acto totalmente aplaudible. No obstante, una gran batucada se batía el cobre bajo el sol y agitaba con braveza el joven corazón de la mani. Enseguida catamos la heterogeneidad del personal. Allí había mucha peña que no habíamos visto en citas políticas. La mani llegó a Sol. Dos y tres horas después, la gente seguía en Sol.
No dejo de pensar en aquella columna que se veía a través de los edificios. Algo ardía en Callao. Se produjo entonces un hecho que tal vez no ha trascendido tanto. Los antidisturbios bajaron de las lecheras y se desplegaron. La gente se sentó en la Plaza y comenzó a protestar, se olía la masacre. Un grupo de polis abordaron a los concentrados, otro se desplegaba alrededor, pero me llamó la atención que no eran muchos, un número considerable de efectivos se había ido a controlar una protesta de bomberos que se había incicado en Paseo del Prado.
Vi persecuciones entre maderos y manifestantes al fondo y se intuían algunas cargas que bajaban de Preciados y adyacentes. Sonaban las fuscas y todo presagiaba que en Sol todo estaba a punto de reventar. No había mucha gente en la plaza. Los antidisturbios titubeaban, era raro, no cargaban, y al mismo tiempo la gente se envalentonaba, les gritaban, la poca prensa presente les enfocaba. De repente, todo desembocó en una retirada de las fuerzas represiva. La alegría se dosbordó. Los maderos embarcaban y se largaban, uno a uno, lechera a lechera. La peña los despedía entre insultos y risas. Me gustó aquella sensación, y a los que habían tenido las porras a escasos centímetros les invadió una sensación de euforia. Por fin, una victoria.
A partir de aquí creo que los hechos son más que conocidos, y creo que no merece la pena ahondar en ellos. A todo esto, y previo a que todo esto sea descuartizado por la lógica cartesiana, quisiera decir que en mi opinión todo esto, ni es para tanto todo lo que se ha montado, ni lo condenaría al abismo de la nadería. En su justa medida, creo que ha sido un subidón que la gente haya tomado la calle. Y en el fondo me parecen bien todo lo que se ha hecho hasta el momento, y por el momento me posiciono, en líneas generales, a favor de lo recorrido.
Estas movilizaciones no son la Revolución rusa. Esto no es 1936, es el año 2011, y no hay una clase trabajadora concienciada y politizada por estas latitudes, hay Twitter. A partir de aquí, algunos dirán que la ETA está detrás de todo, otros que probablemente esto no es más que el perroflatismo llevado hasta sus últimas consecuencias, y quizás alguno haya creído ver a Bin Laden bajo los toldos que nacen en la estatua de Carlos III. Yo he visto algo sincero, he visto algo honesto en este gesto popular, y con mayor o menor trascendencia hemos participado de algo verdadero y justo. Este no es el mayo francés, es el mayo castizo, con lo bueno y con lo malo que esto implica; e igual que quieres a las personas que te importan con sus defectos y sus cualidades, hemos querido darnos esta oportunidad de gritar: "que no, que no, que no nos representan".
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