El otro día me crucé con Pablo Iglesias por la calle, le vi fumando un cigarrillo en los alrededores de la Puerta del Sol, cerca de la taberna en cuya clandestina bodega se fundara hace más de un siglo el Partido Socialista Obrero Español. Me miró a los ojos y con su pétrea mirada me señaló la estatua de Carlos III, la cual preside el epicentro de la vida madrileña. Sentí una deuda muy grande con todos los que antes que yo, hicieron algo en esta ciudad por la lucha de los trabajadores de todo el mundo.
Intento que las contradicciones no me pesen como piedras en la mochila, que no sean como la carga de Robert de Niro en “La misión”, a la espera de que llegue el momento en el que algún desconocido corte el lastre que nos arrastra hacia abajo. Entre tanto uno trata de sobrevivir en esta jungla de asfalto. Con sus alegrías y sus decepciones. Y es que la contradicción es una forma divertida de existencia.
Con la precisión de un reloj suizo voy a explicar lo que me parece este Mundial de fútbol de Sudáfrica. He leído en las redes sociales cosas interesantes, como por ejemplo, que la oficialidad de cuatro idiomas en un mismo marco administrativo favorece la práctica del buen fútbol. Me ha parecido también entender que cuando uno no mantiene el respeto y la humildad se expone a sufrir la más bochornosa derrota. Del tratamiento infantil que prensa europea dedica a la situación sociopolítica de Sudáfrica prefiero no pronunciarme.
Para mi la selección más interesante de este campeonato es la República Popular Democrática de Corea. Para mí la verdadera Roja del evento. Quizás su fútbol no sea el más vistoso, quizás su hinchada no sea la más colorida; pero lo que es seguro, es que son los malos del cuento y eso les otorga automáticamente mi vitola de protagonistas.
En el corazón del último infierno del estalinismo se encuentra una época que ya ha sido derribada por la acción del capital y borrada de las conciencias. Ya no queda ni un vestigio de aquello que en su día hizo retroceder el capitalismo y su salto hacia adelante frente al abismo. Al comunismo le debemos muchos de los derechos sociales que tenemos, y en definitiva gran parte del Estado del bienestar que una generación hemos conocido brevemente. Así que tal y como en el cine Negro de los años 40 uno saborea el ácido y descarnado carácter de los malos de la película. En esta copa del mundo yo voy con los malos, con los miembros del llamado Eje del mal (suena a novela), en definitiva, es mi oda a los malos. A los malos de los cómics, a los malos de los libros y de los videojuegos, a todos los que han sido tachados de malos alguna vez. A todos ellos, les dedico este post, por hacer de mi existencia un hecho más entretenido. En fin, siempre me atrajeron los antihéroes.
Qué puedo decir de nuestra Armada española, empachada con una tabla de quesos helvéticos, atrapada en en los engranajes de la relojería suiza. A nuestros muchachos les salieron muchos granos en la cara con el atracón de chocolate alpino. Ahora solo queda poner paños calientes en el orgullo español. Yo por mi parte, les deseo lo peor. El piropo más bonito que he oído nunca sobre un cineasta es el que profirió en inefable general Franco. "Ya sé que Berlanga no es un comunista; es algo peor, es un mal español". Si alguien dijera eso de mí le contestaría que realmente no merezco ese honor. Todo tiene un por qué en esta vida, lo importante aquí, es que lo queramos saber o no. Hace unos días tuve conocimiento de que muchos trabajadores están siendo obligados contra su voluntad a cambiar sus horarios en sus centros de trabajo durante los partidos de España. Esto que laboralmente es una atrocidad, y que de existir un mínimo de resistencia no se permitiría, trae consigo dolores de cabeza, angustias y pesares por el capricho de algo tan estúpido y trivial como es el endiosado fútbol. Así que, cuanto antes caiga eliminada la mal llamada Roja, mejor para muchos trabajadores. ¿Y tú? ¿Con quién te quedas?
Todos somos obreros asturianos.
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