12 de septiembre de 2010

Ciego de mirar al sol de poniente

La ciudad sigue aquí. Es importante no perder ni la concentración, ni la compostura; vamos que no se escape el compás. Todo fluye. Después de cada fin de semana vasos de plástico y botellas de Ballantines me acompañan el lunes por la mañana en mi camino de baldosas amarillas. Un año, ese es el tiempo que llevamos juntos. Con mejor o peor suerte seguimos en pie.

Mod.

Los molinos siguen siendo gigantes, y las miradas, un mundo perdido. En ningún caso me he sentido solo en este lugar, a pesar de la frialdad de sus calles. Me sigue emocionando cuando el sol estalla cada atardecer sobre la Casa de campo. Me fascina pasar por algunos lugares que nunca he visto, más que en los libros. En ocasiones, siento la sombra algún cortesano del siglo XVI pisándome los talones. A veces, paseando, uno puede escuchar el sonido de las bombas cayendo sobre el Madrid de los años 30.

Destrucción masiva.

Hay que tener valor para coger la vida por los cojones, para no dejarse amedrentar por facciosos y gentuza. Así que por ese motivo, decidí erigir este púlpito y dirigirme a las masas, con el índice de Lenin, señalando a los culpables de tanta miseria. Proselitismo de codo en barra con cañas y tapas. Teoría política de vinos por Lavapiés. Tertulias en el Café Gijón, y una mierda, conspiraciones para matar al rey en Malasaña. Aguardo oulto entre bolsas de plástico y sueños publicitarios. Ante el imparable avance de la nada, hemos decidido empuñar un fusil y disparar a quemarropa sobre la estupidez.

Algunos lugares.

A todos los que pasáis por esta morada no olvidéis coger un puñado de balas, invita la casa. Podéis tirar el panfleto a la papelera al salir. La asamblea ha terminado, nos vemos pronto en la línea del frente.

Nunca me cansaré de escucharla.


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